Intentando ser un reflejo de las problemáticas que se
observan en la comunidad de los más jóvenes, El ornitorrinco presenta la interrelación de sus cuatro figuras femeninas,
personajes que no sólo comparten el departamento, sino también sus inquietudes y
primeras pulsiones, que Freud denominaría como el principio del placer, pero que
finalmente colisionan contra el principio de realidad; es decir, lo socialmente
correcto. Otra de las características esenciales de esta obra, es la tentativa
que tiene de ser considerada como un objeto de vanguardia: los actores y
espectadores ocupan el mismo espacio, se utilizan recursos multimedia, como la
proyección de un video a mitad de la obra, y se tocan temas que pudieran
resultar escandalosos, como el enamoramiento entre los personajes y el
compartir las cuatro a una sola pareja, que es su instructor de baile. Sobre la
disposición del espacio escénico, puede decirse que intenta agotar su contenido
simbólico. La primera escena se realiza en la primera sección del escenario y
la segunda al fondo de este; trazado que da cuenta de la profundidad a la que pretende
acceder la obra. El título del texto se menciona durante el desarrollo: es el
nombre de un antro en el que se reúnen los personajes y es una de las
respuestas a un juego de cartas. En la obra se significa sobre todo por esto
último: las protagonistas, luego que se han dedicado a tomar y a confesarse sus
secretos dentro de una pequeña alberca, deciden jugar a preguntas y respuestas.
Una de aquellas es responder cuál es el nombre del animal que responde a la
descripción del ornitorrinco, especie descrita como informe e inútil. Y quizá
esta sea la intención de la puesta en escena, presentar una obra que
aparentemente no tiene sentido, que no funciona ni como texto literario ni como
representación, y que se significa en el simbolismo del animal que le da
nombre.
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